La primera vez que escuché esa frase fue en un evento organizado por Jose de la Peña en la Fundación Telefónica. No había visto la película «El Exótico Hotel Marigold», y la verdad es que me pareció totalmente brillante.
Esa frase bien podría ser el resumen de las vidas de algunas personas que conozco y de las que he aprendido. Aunque el suelo temblase bajo sus pies, siempre mantenían la calma y una asombrosa dosis de optimismo y buena fe. Al final siempre conseguían estar mejor de lo que sus penurias iniciales les presagiaban. Generalmente esa actitud, al menos en las personas más cercanas a mi, ha sido cosa de las mujeres más que de los hombres. Daba igual que fuese un problema económico, de salud, o la peor de las desgracias posibles, la pérdida de alguien cercano. Estas personas siempre encuentran una razón a la que aferrarse para llegar a sus metas, por imposibles que parezcan para el resto.
Una de las cosas más curiosas que recuerdo de cuando era un niño fue una vez que, habiendo suspendido una asignatura en el colegio, mi madre me preguntó: «¿porqué has querido suspender esa asignatura?«. En lugar de regañarme mi madre me hizo ver que realmente la razón última por la que traía uno de mis primeros suspensos fue literalmente porque yo había decidido que fuese así. Esa pregunta -tan rara- hizo que me doliese el orgullo, y pasaron muchos años hasta que me volvió a ocurrir algo así. En lugar de penalizar el fallo, me enseñaron a pensar en lo que uno es capaz de hacer y a no tener miedo a equivocarme por el camino.
No siempre esto sirve, no sirve para todo el mundo, pero tomar esa actitud, la de no preocuparme por lo importante que está por venir, sino ocuparme de lo que tengo que hacer para que eso llegue, me sirvió en los últimos días para pasar dos entrevistas que seguramente serán muy importantes en mi futuro personal y profesional en la empresa en la que trabajo. Por ahora, toca terminar el trabajo que venía haciendo, posiblemente durante los próximos 90 días, para después comenzar con este nuevo proyecto.
Esta es una de las pocas cosas importantes que espero poder enseñar bien a mi hijo Pablo, a ocuparse de sus problemas, no a preocuparse, porque esa preocupación, ese miedo, sólo lleva al bloqueo y al fracaso. Otra cosa importante que quiero enseñarle es a mantener la buena cara y el buen ánimo mientras no llegan las buenas noticias. Para poder estar, como dice mi socio cuando le preguntan qué tal está y contesta: «rozando la perfección», porque sabe que el que es amigo se alegra, y el que no lo es queda bien j*dido».
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